¿Una sociedad medicalizada?

Dittatura Sanitaria

History does not repeat, but it does instruct.

(La historia no se repite, pero sí instruye).

Timothy Snyder

El microbiólogo y epidemiólogo, infectólogo, Sucharit Bhakdi en los últimos tiempos ha dado muchas entrevistas que me han impresionado mucho, casi tanto como las palabras de Navid Kermani en la Iglesia de San Pablo de Frankfurt con motivo de la entrega del Premio de la Paz de la Editorial Alemana (octubre 2015) y en el Parlamento Alemán por el 75avo año de la Constitución (mayo 2014).

Un juicio sobre las afirmaciones de Bhakdi acerca de la situación virológica, epidemiológica y clínica actual de la pandemia en Alemania está más allá de mi competencia, a pesar de que mucho de lo que expone me parece esclarecedor y plausible; para una valoración correcta me faltan conocimientos especializados y una visión de conjunto, sobre todo porque las valoraciones al respecto son muy divergentes. Comparto plenamente las  grandes preocupaciones y temores de Sucharit Bhakdi en relación a la condición sociopolítica y económica, sus preguntas acerca de la democracia, la libertad y las relaciones sociales, así como su compromiso. Creo que estos temores y aprehensiones están también muy justificados en un horizonte histórico, en el transfondo histórico de nuestra vida en Alemania y en Europa. A este respecto, me gustaría sugerir el pequeño libro del historiador de Yale Prof. Timothy Snyder, que apareció en 2017, su “Sobre la tiranía:  20 lecciones que aprender del siglo 20″. Es un escrito pequeño pero importante. En la página 114 de la edición de bolsillo dice: 

“La democracia en Europa fracasó en los años 20, 30 y 40 y hoy está fracasando no sólo en gran parte de Europa sino también en muchas partes del mundo. Es esta historia y experiencia la que nos revela el oscuro espectro de nuestro posible futuro”.

Timothy Snyder escribió esto tres años antes de la “crisis global del coronavirus”. Pero la tendencia hacia sociedades autoritarias, hacia la demolición de la democracia, el aumento del populismo de derechas y del extremismo de derechas, hacia el retroceso de la libertad de los medios de comunicación, hacia un sistema dirigista autoritario, hacia estados de control con perfección técnica, lo hemos visto en funcionamiento de forma aterradora ya desde hace años, así como la dirección y la “sacudida” hacia la derecha en la sociedad, con tendencias evolutivas totalitarias en Países individuales, incluida Europa. “Y es mucho más que una sacudida. “La democracia liberal, el exitoso modelo social y económico del siglo XX, es más frágil de lo que se pensaba”, escribe Sascha Lobo en su meritorio libro “Realitäts-schock”, aparecido en 2019. También vemos el poder hostil a la democracia de los grandes grupos industriales y las grandes empresas, que aplican sin escrúpulos sus propios intereses, a pesar de los sistemas democráticos existentes en muchos Países. Las personas, el medio ambiente y el clima no se tienen en cuenta ni se cuestionan cuando están en juego cuestiones industriales y económicas masivas y la Constitución se convierte en una farsa.

También soy de la opinión de que desde hace años observamos en el ámbito científico una destrucción o retroceso del pluralismo, de la libertad de opinión, de la multiplicidad de la vida. El pluralismo metodológico científico, que se desarrolló en los años 70 y 80, tras los trabajos de Feyerabend y Kuhn, los esfuerzos de Kienle y otros, me parece que está en proceso de disolución e incluso los “escépticos” son sólo un síntoma de este retroceso, un síntoma de una normalización y regulación de la actividad científica, una expresión de la afirmación ficticia y dogmática: hay la  ciencia, única, unitaria y normativa. Esta ciencia normativa -“la ciencia”- no es en sí misma “libre”, sino que depende de la financiación, principalmente de la industria.

¿Qué sería hoy de un brillante espíritu libre y académico erudito como Ivan Illich, que en los años 70 y 80 fue tan popular y activo en sus escritos y conferencias, de sus objeciones críticas al sistema escolar, a los “mitos del progreso”, a la “interdicción a través de los expertos” y otros problemas?

En 1977 apareció la edición alemana de la obra de Illich “Límites del sistema sanitario” con el subtítulo: “la némesis de la medicina”; leí el libro en 1981 en la edición “roro-aktuell” de Freimut Duve, cuando tenía 18 años, justo antes de mi madurez: la crítica extraordinariamente fundamentada y sustancial de la monopolización médica y del “sincretismo” del sistema sanitario moderno, de la “medicalización de la vida”, como él decía, y de sus fatales consecuencias, me impresionó mucho.  La intromisión de la medicina industrializada incluso en antiguas culturas tradicionales, entre otras en Sudamérica, fue escrupulosamente investigada por Ivan Illich, hijo de madre judía alemana y de católico croata. ¿Qué diría hoy, él que enseñó en México, sobre el “Shutdown” (cierre)  impuesto para congelar toda la vida social según las indicaciones de los virólogos?

Sobre la utopía totalitaria de la sanidad pública

Vuelvo a Sucharit Bhakdi: sus observaciones me resultan cercanas, justo ahí donde habla de Alemania, él que viene de lejos. En el “oscuro espectro” de la historia y la experiencia europeas (Snyder) se atribuye notoriamente un papel central a la Alemania nacionalsocialista, y este oscuro espectro incluye también la medicina: para ser claros, la medicina durante el nacionalsocialismo y el rol de la medicina en los sistemas totalitarios. Sucharit Bhakdi no habla de esto, no es su tema, como no lo fue el de Ivan Illich, quien, tras la entrada de las tropas alemanas huyó de Viena a Italia, donde se convirtió en filósofo, teólogo y sacerdote católico, y luego se trasladó a Nueva York y América Latina.

A mí, en cambio, el tema me “escuece” desde hace décadas, porque nací en 1963, 18 años después del final de la Segunda Guerra Mundial; en la escuela nunca oí hablar del nacionalsocialismo, pero mis estudios de medicina comenzaron (1986) en un momento en que la medicina durante el nacionalsocialismo se había convertido en un tema público. En Witten/Herdecke, mi universidad, Klaus Dörner, el comprometido sociólogo-psiquiatra de Gütersloh, enseñaba sobre los aspectos médicos del nacionalsocialismo; entre los méritos de Dörner se encuentran, entre otras cosas, la edición tardía pero completa de los juicios de Nuremberg a los médicos. Más tarde también realicé una formación en psiquiatría y me ocupé, entre otras cosas, de los crueles asesinatos de pacientes psiquiátricos durante el periodo nazi, justificados con argumentos hereditarios-biológicos y de política sanitaria (aunque en realidad tenían una motivación principalmente económica). Desde 2009, la Universidad de Witten/Herdecke promueve seminarios sobre la ética médica en Auschwitz-Birkenau; algo de esto se ha publicado.

En mi siguiente exposición quisiera y debo incluir el escabroso tema del período nacionalsocialista, porque soy de la opinión de que el malestar hacia una “sociedad medicalizada” y una “medicalización de la vida” tiene que ver, al menos indirectamente, con este tema – y porque a partir de los casos extremos de la historia se puede entender mejor lo que existe como problema persistente de la modernidad y que ofrece, como creo, justificadas preocupaciones a muchas personas de la actualidad.  Se trata de la importancia de los temas de la medicina en los debates sociopolíticos y de la importancia de la política sanitaria para la política en su conjunto, para la vida de la sociedad, para la vida de todos nosotros.

Está claro que esto condiciona mi perspectiva. Cuando uno se ocupa intensamente de la época del nazismo y del papel de la medicina, ciertos acontecimientos del presente se ven de manera diferente, uno se alarma y se sensibiliza de una manera particular; esto lo tengo en cuenta.  Si se trata de una  hipersensibilidad, ya se verá, . Mi postura ante los acontecimientos y procesos actuales -probablemente a causa de ésto- carece de cierta calma, de un tranquilo optimismo, que noto en algunos de mis colegas médicos. Éstos ofrecen su trabajo a los pacientes en medio de las actuales circunstancias cambiadas, considerando las medidas de precaución adoptadas como sensatas y en gran medida no problemáticas. Yo, sin embargo, no lo hago.

La medicina, desde hace muchas semanas, se encuentra nuevamente al centro de los intereses de la sociedad:  no es el grave calentamiento global con sus catastróficas consecuencias, no es la alimentación mundial, no son los inmigrantes, no es la pobreza en África o en otros lugares, sino las camas en las unidades de cuidados intensivoslas que  están en los titulares.  El número de contagios, de los enfermos y las muertes dominan los informes, así como las posiciones de los expertos y las medidas de protección y profilaxis. Klaus Dörner habló de una “medicocracia”. Sin embargo, tal “medicocracia” es y sigue siendo un modelo social peligroso, así lo pienso también, y que me gustaría ilustrar utilizando un caso histórico extremo. En ningún caso debe compararse este caso extremo con la situación actual, que les pido que consideren al leer el siguiente texto. No se trata de hacer comparaciones, sino de algo totalmente diferente.

En cualquier caso, la medicina entre los años 1933 a 1945 se encontraba fuertemente al centro de la sociedad, no como resultado de una pandemia, sino porque fue utilizada coercitivamente para el establecimiento de una dictadura biopolítica, una dictadura que vigilaba y determinaba la vida del individuo y de todo el “cuerpo del pueblo”, intentando dominarlo de principio a fin, a partir de motivos “raciales”, económicos e industriales.  El sistema dictatorial quiso regular la vida y lo hizo de forma dirigista, selectiva y optimizadora: desde la eugenesia y el embarazo hasta la muerte. Los detalles de este inconcebible crimen son bien conocidos: desde las aproximadamente 400.000 esterilizaciones y los 200.000 asesinatos de enfermos en Alemania, hasta los 6 millones de judíos que fueron asesinados por ser miembros de una “raza genéticamente inferior”, así también como los Sinti, los gitanos y otros grupos marginales indeseables para la sociedad. Menos conocidos son todavía los fundamentos conceptuales de este procedimiento.

Considero que es importante conocer lo que se refiere a la participación de la medicina y de los médicos en el sistema de dominación, selección y exterminio y que el involucramiento de la medicina en la gestión del Estado y en la ciencia política comenzó ya a finales del siglo XVIII, en la época del absolutismo y del mercantilismo, momento en el que no por casualidad se desarrolló también la “estadística en la medicina”, que vuelve a jugar un papel importante en la actualidad. La visión de un “sistema de policía médica completo” (Franck) tiene su origen en el final del siglo XVIII y no en el periodo del nacionalsocialismo, cosa que hay que considerar. Dentro de este sistema, la salud ya no se definía como un asunto privado, sino como un asunto público, y el ideal de una “conducta de vida científicamente fundada” -es decir, una conducta de vida racional según las prescripciones de la ciencia- debía apoyar al Estado y a la sociedad en el futuro, convertirse en obligatorio y de obligado cumplimiento. En términos sencillos: en el futuro la gente tendrá que construir su vida según los dictados de la ciencia, porque la salud del Estado y la economía, que están por encima de todo, lo exigen. El historiador de la medicina Alfons Labisch elaboró en importantes publicaciones qué “utopías totalitarias de la salud pública” ya se habían planificado -en relación con los intereses político-económicos-.

A continuación, procederé a la historia, aunque a grandes rasgos. En el siglo XIX la ciencia natural se convirtió en decisiva para toda la medicina; se consideraba a sí misma como una ciencia y técnica natural aplicada y anunciaba con optimismo el próximo dominio y eliminación de todas las enfermedades, incluso la dirección de todos los procesos corporales “a voluntad de la razón humana”, como señaló el fisiólogo Carl Ludwig en 1852. Lo hizo en el sentido de una utopía de progreso que hizo época, que también fue suficientemente considerada en su problemática por los críticos históricos de la medicina y que, sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX no toleró ninguna objeción. Quien no reconocía el “evangelio del método científico-natural”, como el único método “que existe propiamente”, ya no “merecía” el “nombre de médico”. El precio del progreso no fue insignificante para la medicina en su conjunto; la “objetivación” del paciente como “caso” científico impuso la negación de los factores anímicos, espirituales y sociales para la salud y la enfermedad, la relegación de la empatía y la disolución de la relación terapéutica, la transformación de los hospitales en instalaciones de observación e investigación científica, y más, que no es el caso aquí de tematizar a profundidad.

La situación se volvió no sólo desagradable, sino también peligrosa, cuando el optimismo del progreso médico de principios del siglo XX se vinculó con los paradigmas del darwinismo social y la eugenesia y la medicina se convirtió en un instrumento esencial para una optimización “eugenésica” e “higiénico-racista” del “cuerpo del pueblo”. El debate sobre este tema se intensificó en Alemania tras la derrota de la Primera Guerra Mundial; lo que hasta entonces había sido sólo una visión de la política sanitaria se aplicó sistemáticamente bajo la violenta dominación del nacionalsocialismo. Es bien sabido que los médicos alemanes no sólo estaban sobrerrepresentados en el Partido Nacionalsocialista y sus organizaciones en el periodo entre 1933-1945, sino también en los puestos de dirección de las universidades (rectorados) y que la ley de esterilización fue incluso apoyada unánimemente; además, su posición profesional experimentó una impresionante mejora gracias al régimen; desde el principio fueron cortejados y honrados con aumentos salariales progresivos y otros beneficios, para convertirse en uno de los pilares del sistema nacional socialista, un sistema que puede ser descrito como un orden dictatorial biopolítico en el sentido de Foucault (pero sólo mucho más tarde entendido por la mayoría de los médicos). Muchas medidas del régimen nazi se convirtieron en parte en medidas médicas, en parte justificadas con una metáfora médica – incluso la persecución y aniquilación de los judíos, a la que se refería como “fermento de descomposición”, “virus” y “perjudicial” para el “cuerpo sano del pueblo alemán”, portador de terribles enfermedades hereditarias.  De esto habló en Nuremberg, el día del Partido del Reich, “el líder de los médicos del Reich” Wagner, que ocupaba un alto cargo dentro de la estructura de poder nazi, anunciando “la ley racial” (a la que había colaborado de forma esencial).

Aunque hoy en día el funcionamiento del régimen nazi y sus objetivos nos parezcan totalmente absurdos, irracionales y extremadamente crueles, muchos de sus objetivos de “política demográfica” se consideraban entonces “científicos” sensatos y necesarios, y los médicos formados en este sistema, que habían tenido como asignaturas universitarias la higiene racial, la biología hereditaria, la medicina militar y otras, estaban convencidos de que iban por el buen camino también en el campo de la medicina. Labisch escribe:

 Los principales médicos nazis consideraban que las medidas de seguridad sanitaria promovidas por el nacionalsocialismo estaban totalmente dentro del ámbito de la evolución científico-natural de la medicina moderna. De acuerdo con la “revolución higiénica del pensamiento médico”, las ciencias de la salud de carácter científico-natural y el evidente cambio de la higiene social a la higiene racial, los médicos nazis se consideraban en la cima de la evolución médica. Para ellos, las medidas médicas estaban justificadas científica, terapéutica y éticamente y, por tanto, se imponían. La medicina del nacionalsocialismo legitimó y ejecutó en gran medida el modelo de sociedad más biológico. El nacionalsocialismo y la medicina por ésta practicada son inmanentes al proyecto de la modernidad.

Tras la caída del Tercer Reich, la confianza de la población alemana en sus médicos, que habían colaborado con una dirección política mayoritaria en el diligenciamiento de formularios y en la puesta a disposición de las autoridades de los datos sanitarios, se resintió. Cuando veinte médicos alemanes, entre ellos profesores universitarios, así como tres burócratas de alto rango fueron juzgados en 1946/47 en el primer Juicio por Crímenes de Guerra de Núremberg, la recién creada Asociación Médica de Alemania Occidental envió apresuradamente una “comisión médica” para observar el juicio y, posiblemente, limitar el daño del prestigio médico a la opinión pública, alegando, entre otras cosas, que los médicos alemanes no habían tenido nada que ver con el régimen nazi, salvo algunos criminales patológicos. De forma torpe, la dirección de la comisión fue confiada a un neurólogo especialista de la escuela de Viktor von Weizsäcker, que tenía un genuino interés en una elaboración precisa de los hechos, para poder sacar lecciones para el futuro: el psicoanalista Alexander Mitscherlich. Su documentación, que presentó en 1947/49 junto con uno de sus alumnos (Fred Mielke) bajo el título “El diktat de la vilipendiación del hombre” y “Ciencia sin humanidad”, fue mal recibida y en gran medida no deseada dentro de la profesión médica. Mitscherlich, al que llamaron “uno que muerde la mano al que le da de comer” de forma no colegiada, “traidor a la patria”, no pidió disculpas a nadie personalmente, sino que mostró cómo la medicina se había integrado en el Estado nazi, cómo los médicos habían actuado sin trabas y cómo estaban en gran medida al servicio de poderes e intereses ajenos a la medicina, argumentando cómo la medicina podía convertirse en un peligroso instrumento al servicio de fuerzas ideológicas y económicas. Esto es particularmente cierto cuando la medicina no desarrolla su propia antropología (o, según Mitscherlich, “un conocimiento del hombre”) y se define simplemente como una ciencia natural “neutral en su propia visión del mundo”.

La discusión de Alexander Mitscherlich sobre los fundamentos espirituales de la medicina humanista y de la educación médica no fue bien recibida a finales de los años 40 y tuvieron que pasar décadas para que fuera realmente escuchada por primera vez en el periodo de las protestas estudiantiles; la investigación que inició sobre la medicina durante la época nazi no tuvo continuidad hasta principios de los años 80. En 1986 se creó un curso para estudiantes de medicina en la Universidad de Witten/Herdecke, fundado por Gerhard Kienle, que tenía en cuenta las profundidades del siglo XX en Alemania, “la historia y la experiencia” (Snyder) y las consecuencias del abuso de la medicina. Según Kienle, la formación de los estudiantes de medicina sólo puede considerarse exitosa si “conduce a la capacidad de desarrollo personal y, por lo tanto, a una libertad interior con respecto a los enunciados, los métodos y los fundamentos cognitivos de cada una de las disciplinas científicas, así como a una profundización de la conciencia de responsabilidad hacia los contemporáneos” Los “estilos de pensamiento” y los “pensamientos colectivos” (Ludwik Fleck) deben ser comprendidos por los estudiantes en una etapa temprana; el objetivo es encontrar el acceso a las “fuerzas conformadoras de lo social” y oponerse a aquellas tendencias que “vienen a nosotros destructivamente a través de la política sanitaria y social”. “Es necesario que surja en nosotros algo así como una fuerza configuradora interior que ponga en equilibrio las fuerzas del futuro con las fuerzas de la destrucción” (Kienle, 1982).

Alexander Mitscherlich y Gerhard Kienle, después de 1945, trabajaron por una nueva fundación autónoma de la medicina, separándose de las antiguas dependencias; no se referían al fascismo en primer lugar, sino a la instrumentalización general de la medicina por los intereses políticos y económicos.  Tanto Mitscherlich como Kienle subrayaron, aunque de forma diferente, que la medicina tenía que encontrar su propia formación conceptual médico-terapéutica, su propia calidad y objetivos y liberarse realmente, libre también de imágenes cuestionables y en última instancia fatales del hombre que se transfieren a la medicina y no son desarrolladas por ella.

Una retrospectiva crítica de las décadas anteriores muestra, sin embargo, que las iniciativas de Kienle y Mitscherlich para una liberación y maduración de la medicina como arte terapéutico no tuvieron finalmente éxito, al menos en gran medida. Los hospitales y el sistema sanitario, desde los años 90, se han visto aún más sometidos a un dictado económico lleno de consecuencias, que trajo consigo una estandarización y despersonalización de los cursos clínicos. La presión de la optimización y la innovación industrial-tecnológica, impulsada por los grandes intereses económicos, actúa de forma continua y masiva sobre la medicina, tanto como los objetivos del Estado, las exigencias de control y planificación, así como los sistemas administrativos con su propia lógica.  La imagen mecanicista del ser humano del siglo XIX, con los hospitales como eficaces empresas de reparación, sigue siendo muy fuerte, a pesar de todos los esfuerzos por una extensión científico-espiritual, una profundización y renovación de la medicina, a pesar de la psicología, la psicoterapia, la psicosomática y el trabajo biográfico del siglo XX. Otros intereses y poderes que tienen mucho que ver con el dinero se oponen a una discusión médico-antropológica de fondo; el “imperativo técnico” (Hans Jonas) sigue funcionando y sus promesas se difunden por todo el mundo con la ayuda de los medios de comunicación.

Dialéctica de protección y negación de la salud

Cabe preguntarse qué tiene que ver todo esto con la actual crisis del Coronavirus y su control, “la mayor conmoción desde la Segunda Guerra Mundial” (Vogel): evidentemente, nada.  Por otra parte, a través de la reflexión histórica, creo que se hace evidente que la “medicina”, en contra de la opinión común, no es un factor libre e independiente en la sociedad, incluso ahora en la pandemia actual. Los médicos atienden a los pacientes fuera y dentro de las unidades de cuidados intensivos y esto con gran compromiso y en muchos lugares con una intervención existencial. Ellos no son el problema, sino todo lo contrario.  Las directrices médicas, patogenéticamente fundadas por la virología, es decir, las órdenes de los virólogos individuales, y las regulaciones político-administrativas no provienen de la medicina en el sentido más estricto de la palabra y no son en absoluto consideradas sensatas o necesarias por todos los médicos.  No son pocos los médicos que advierten de las consecuencias del completo “Shutdown”, del “congelamiento” de la sociedad y del aislamiento de las personas, y de las consecuencias inescrutables en lo económico, en lo social-psicológico, en la sociedad civil, en la cultura y en la salud. Las medidas adoptadas son de carácter normativo y afectan a todos los individuos; aunque se emiten para la “protección” de la población, pueden debilitar y dañar significativamente a los individuos (es decir, a muchos individuos), no sólo espiritualmente sino también físicamente; sin embargo, esto no se discute, ni siquiera sobre la base de los hallazgos de la psiconeuroinmunología o sobre la base de un gran meta-estudio de 2010 que mostró que el riesgo de mortalidad debido a la falta de contactos sociales aumenta más que el tabaquismo o el sobrepeso.

Ivan Illich advirtió contra la “medicalización de la sociedad” y la “expropiación de la salud”, de la continuación de eso que Alfons Labisch describió a finales del siglo XVIII como una “utopía totalitaria de la salud pública” y una “forma de vida basada en la ciencia”.    Creo que Illich, hoy en día, en base a las numerosas medidas para el Coronavirus, vería muy confirmadas sus advertencias y predicciones y esto refiriéndose tanto a los pobres como a los ricos.  120 millones de jornaleros y trabajadores que se desplazan han sido privados de su base de existencia en la India por razones de “protección contra el contagio” y, en condiciones desesperadas, han tenido que caminar cientos de kilómetros de vuelta a sus lejanos países de origen, golpeados y humillados por la policía, porque no habían cumplido con la prohibición de salir; en otros lugares, se ha impedido a los habitantes de los barrios marginales salir de sus míseros cuarteles vigilados por los militares. También en las residencias de ancianos europeas se ha impedido en parte que los ancianos tengan libre acceso al exterior. Hay innumerables ejemplos en los que el sistema de “protección” se ha puesto patas arriba y los daños causados en casos individuales han superado con creces la amenaza del virus, no sólo psicosocialmente sino también en el ámbito médico. Se habla poco o en lo absoluto de las posibilidades preventivas y terapéuticas existentes para reforzar las fuerzas de defensa de los individuos, sino sólo de las medidas higiénicas y de “distanciamiento social”, de blindaje y la vacunación contra el Covid-19 y, en consecuencia también hacia otras epidemias víricas. Ivan Illich escribió ya en 1977:

el nivel de salud (…) es máximo allí donde el entorno hace que los hombres sean capaces de afrontar la vida de forma personal, autónoma y responsable. El nivel de salud disminuye sólo cuando la supervivencia se hace excesivamente dependiente de una regulación heterónoma (pilotada) de los equilibrios orgánicos. Más allá de una masa crítica, la asistencia institucional de la salud -ya sea en forma de terapia, prevención o planificación ambiental- equivale a la negación sistemática de la salud.

Esta “masa crítica” ha sido ampliamente superada en las medidas actuales para el Coronavirus. Qué incalculable  sufrimiento psíquico, físico y social,  desde suicidios y formas graves de violencia, hasta las personas aisladas en las unidades de cuidados intensivos y que han muerto solas, a las que, en algunos países, se ha prohibido todo acceso así como un funeral digno. La peculiaridad del hombre, como lo expresó Hans Georg Gadamer hace años, consiste en su privilegio de enterrar a los muertos. “En esto el hombre es único entre los seres vivos, así como por el uso de la palabra, o tal vez incluso antes” ” Las “medidas de protección” que impiden tales funerales , dejan sin palabras.

Para muchas personas este sistema de protección establecido entretanto en todo el mundo, completamente libre de “alternativas”, en una forma nunca antes experimentada, actúa en muchas de sus características como un experimento social irracional y fatal, incluso cuando uno es incapaz de defenderse contra los argumentos médicos dados.  Sin embargo, hace pensar en cómo la aceptación del “Shutdown” en la población sólo fue posible con el poder concentrado de las noticias y las imágenes, por un paisaje mediático operando de manera sincronizada, que dejó completamente de lado todos los demás temas, mostrando números sobre números, estadísticas sobre estadísticas, ataúdes sobre ataúdes. Por otro lado, hubo poca información sobre el sufrimiento producido por estas medidas; la oposición a los procedimientos del régimen y la propuesta de posibles estrategias alternativas para hacer frente a la pandemia, no tuvieron ninguna oportunidad en los medios de comunicación, fueron comentadas negativamente desde el principio y tuvieron que buscar otros canales. Si esta información aparecía en Intenet, solía desaparecer rápidamente y las librerías cerraban como todas las tiendas “innecesarias para la vida”. ¿Cuándo se había experimentado antes una información tan tendenciosa de las noticias, excepto en los sistemas totalitarios? El poder de las imágenes y los números, sin embargo, actúa profundamente en la psique humana, en la comprensión del yo y de la vida, y en el comportamiento social. En su novena “lección” Timothy Snyder escribe:

Durante más de medio siglo, las novelas clásicas sobre el totalitarismo han advertido sobre el dominio de la pantalla, la supresión de los libros, la limitación del vocabulario y las dificultades de pensamiento que se derivan. En el libro Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, publicado en 1953, los bomberos rastrean los libros y los queman, mientras la mayoría de los ciudadanos miran interactivamente la telepantalla.  En el libro 1984 de George Orwell, publicado en 1949, los libros están prohibidos y la televisión no sólo es un receptor, sino que permite al gobierno vigilar a los ciudadanos todo el tiempo. En 1984, el lenguaje de los medios visuales se limita de forma extrema, para robar al público los conceptos que necesita para reflexionar sobre el presente, recordar el pasado y razonar sobre el futuro.

Mayoría y minoría

Sin embargo, en la crisis del Coronavirus, no todos los hombres se dejan asaltar por el escrutinio de los medios de comunicación y, en cambio, buscan lo que Snyder recomienda en su undécima “lección”: “Pregunte y verifique. Investigar las cosas mismas” La “búsqueda”, “investigación” y “verificación” se realiza esencialmente en Internet, a la que todos estamos condenados.  Si, después de agotadoras, vastas y laboriosas investigaciones, los hombres llegan a cifras completamente diferentes en cuanto a contagios, muertes y letalidad, a otros resultados y propuestas respecto a lo presentado por los expertos, y exponen públicamente sus puntos de vista, se exponen a una oleada masiva de críticas y difamaciones; son inmediatamente arrojados al campo de concentración de los “teóricos de la conspiración”, que se ha convertido así en el centro de recogida de todas las opiniones divergentes, un preocupante vecindario de masas idealmente puesto bajo estricto control. No pocos críticos acaban en la miseria y la desesperación. ¿Quién querría ser expuesto como imprudente y “poco sociable” sólo porque probablemente no está dispuesto a proteger a los demás y por su propio egoísmo pone en riesgo la vida humana? Puesto que casi nadie conoce con exactitud la realidad médica del Covid-19 en su totalidad, de hecho nadie puede estar completamente seguro de ello.

Sin embargo, las dudas sobre el procedimiento, el transfondo y sus consecuencias sin embargo permanecen y roen por dentro; la grave preocupación por los daños sociales y humanos crecen día a día y se cierne sobre quienes no están enfermos ni afectados personalmente y siguen viviendo privilegidamente en su jardín o en otro lugar. A pesar de que el malestar haga dificilmente soportable la existencia personal, la mayoría prefiere el silencio y acepta la situación política, social, pedagógica y psicológica; entre ellos hay eminentes pedagogos y sociólogos, destacados activistas de los derechos civiles y hasta ahora defensores de la democracia, la Constitución alemana y la sociedad libre. Lo aceptan porque, como se ha dicho, frente a los argumentos de la medicina, la política sanitaria y lo “social” es difícil mantener una posición, incluso frente a las imágenes que se muestran de las unidades de cuidados intensivos, también porque los hombres, con la protesta, arriesgarían la ruptura de amistades cercanas y su prestigio personal y profesional. Tal vez también porque ellos mismos se sienten inseguros, a pesar de que la imagen oficial de la “Swiss Propaganda Research”  y las posiciones críticas de Sucharit Bhakdi, Shiva Ayyadurai y otros científicos y médicos hace tiempo que se resquebrajaron.

Sin duda se puede decir que la miseria en el futuro será extremadamente grande, incluso más allá del directo sacrificio de la pandemia: una pobreza psíquica, económica, social y médica. Morirá mucha gente, y esto ya está ocurriendo, pero no sólo “por” o “con” Covid19, sino por motivos relacionados con las contramedidas adoptadas. Muchos morirán de hambre en los países pobres, porque les faltará la compensación diaria en una vida completamente “congelada” -incluso antes, morían de hambre unas 30.000 personas al día, hombres que no tenían una representación mediática con estadísticas, curvas y ataúdes, así como los que morían por daños ambientales, los migrantes ahogados en el Mediterráneo y muchos, muchos otros. Un millón y medio de personas mueren cada año en el mundo de tuberculosis, algo que podría evitarse con una mejora de sus condiciones de vida; cerca de 8 millones de personas mueren por las consecuencias directas de la contaminación atmosférica, casi otros tantos por los efectos secundarios de los medicamentos: todo esto no tiene acceso a los medios de comunicación. Ahora, de repente, se afirma que no hay nada más importante que la vida humana y que, por tanto, todas las medidas adoptadas contra el Coronavirus están justificadas. Antes oíamos todo el tiempo que faltaba dinero para la ayuda; ahora, de repente, es increíble la cantidad de dinero que hay. “Ponemos todas las armas sobre la mesa”, dijo el ministro de Economía alemán. Singular. Pero el consenso hacia el gobierno crece semana a semana.

En Internet o, a veces, incluso en la radio, las personas reflexivas y escépticas se dan cuenta de que algunas de sus posiciones y preocupaciones están representadas entretanto por fuerzas políticas de la derecha o de la derecha radical o son asociadas a ellas por los medios de comunicación (“ciudadanos del Reich”), incluyendo sus dudas sobre la honestidad desinteresada de las intenciones de Bill Gates y de la OMS cofinanciada por él, las amenazantes campañas de vacunación mundial o el control intencionado de los datos de desplazamiento, posiblemente también de todos los demás datos personales o relacionados con la salud (como detección de la segunda “corporeidad digital” descrita por Lobo). Ante esta realidad -la ocupación de posiciones liberales por parte de círculos políticos de derecha-, parece que solo queda como opción replegarse en la esfera privada, vivir preferentemente en un escondite privado que ponerse de manifiesto junto a estas personas o, incluso, simplemente relacionarse con éstas, según lo dice alguien. Pero, ¿es posible renunciar a las propias posiciones justificadas sólo porque éstas están abanderadas políticamente por las fuerzas equivocadas? ¿Por las fuerzas totalitarias cuando se trata precisamente de evitar el totalitarismo?

Timothy Snyder nos recuerda el concepto de totalitarismo de Hannah Arendt, que no significa necesariamente “el estado superpoderoso”, sino la abolición de la diferencia entre la esfera privada y la pública. Si el perfil electrónico de los desplazamientos de una persona se pone en consideración por razones “médicas” o de “política sanitaria”, la diferencia entre las esferas privada y pública se disuelve: así lo veía ya George Orwell. Pero ya sin “apps” la cultura de la vigilancia y la desconfianza hace tiempo que había comenzado; los vecinos de casa se vigilan unos a otros para ver si las medidas del Coronavirus se han aplicado correctamente y se denuncian unos a otros. Incluso más allá de su propia calle el ambiente se vuelve más tenso. “Se acumulan las escenas de miradas inseguras, las críticas, la desconfianza o el enfado por no mantener la distancia de seguridad o la indignación pública contra los grupos que fomentan la unión.” Esto crea una dinámica que tiene poco que ver con el virus o la enfermedad, sino con las fuerzas destructivas del sistema social del que hablaba Gerhard Kienle.

El futuro de la sociedad liberal

Como he subrayado al principio, no pertenezco a los que pueden evaluar en sentido médico los graves acontecimientos de la pandemia y sus medidas reactivas, pertenezco por tanto a los hombres inseguros. Pero estoy agradecido a los especialistas críticos como el profesor Sucharit Bhakdi y otros que han tomado la palabra después de una lucha interior y a pesar del riesgo personal, así como siempre he estado agradecido a Navid Kermani por sus palabras y sus  libros. Kermani, hace 6 años, en el Parlamento alemán recordó a la Alemania político-espiritual su pasado cosmopolita y humanista, que él, excelente estudioso del Islam y germanista, ciudadano alemán de origen iraní, seguramente conoce mucho mejor que la mayoría de los parlamentarios de Berlín. Ha devuelto al Parlamento algo de lo que no se hablaba desde hace mucho tiempo. También ha creado una implicación entre los diputados, y tengo la impresión de que el valor momentáneo para la generosa acogida de los migrantes en Alemania fue también consecuencia de su brillante exposición.

Kermani tenía esperanzas en Alemania; evidentemente, Sucharit Bhakdi también las tiene; dónde sino aquí, a la luz de su pasado humanista, sino también en virtud de lo que hizo Alemania de 1933-1945 y del nuevo curso democrático iniciado después de 1949, dónde sino aquí se debería encontrar una salida antiautoritaria y liberal, a la crisis, una salida en el sentido de la Constitución y de un humanismo que no coincide con la máxima protección del virus. Es verosimilmente más fácil para Kermani y Bhakdi esperar en la Alemania de determinados alemanes sin antecedentes migratorios, o digamos: reconocerse en esta esperanza. Pueden tocar algo precioso o traerlo a la memoria, sin hacerse sospechosos de nacionalismo. Es su país de adopción, al menos lo sigue siendo. Hace unos años, en las disputas sobre la aceptación de inmigrantes, me hubiera gustado mucho que Angela Merkel no sólo hubiera dicho “lo hacemos”, sino que hubiera explicado el motivo de por qué Alemania se encuentra en una responsabilidad singular y especial. Una responsabilidad histórica, que justifica y hace necesario otro acercamiento a los hombres sin patria, amenazados existencialmente, aunque ningún otro país europeo quiera participar en ello a tal escala. Hay algo así como una “voz de la conciencia histórica” y muchos hombres, tanto dentro como fuera de Alemania, habrían entendido mejor a Angela Merkel con esta motivación. Las posibilidades para el partido AFD habrían bajado y no subido, de eso estoy seguro.

Incluso Sucharit Bhakdi, que enseñó en universidades alemanas durante décadas, tenía esperanzas en otro curso en Alemania durante la crisis del Coronavirus, y no sin razón. Las medidas alemanas contra la enfermedad no habían sido hasta ahora especialmente originales, pero tampoco tan estrictas como en la mayoría de los países vecinos, y en Alemania era y sigue siendo posible, incluso en esta tensa situación, hablar de forma reflexiva y crítica, aunque se ha vuelto cada vez más difícil.

Sin embargo, sería urgente en Alemania y en Europa, en esta crisis fundamental, encontrar nuevos objetivos, nuevas respuestas adecuadas para una sociedad civil liberal. En mi opinión, es necesario hacer una serie de reflexiones al respecto, entre ellas las siguientes:

  • Las zoonosis no vienen como una agresión de la nada, sino que tienen que ver con los sistemas ecológicos y su labilidad y destrucción. Esto significa: es de alta prioridad elaborar conceptos que se implementen para poner fin a la explotación capitalista de la tierra, sus reinos naturales y la vida social de los humanos y avanzar hacia una economía ecológica, sostenible, así como socialmente justa.  Esto incluye también una nueva comprensión de los seres vivos, sus requisitos y condiciones, una ciencia que está del lado de la vida y no de la muerte. Esto incluye también un análisis crítico del concepto de ciencia, que en la transición del siglo XVI al XVII fue desarrollado esencialmente por Francis Bacon (“Novum Organon”) y René Descartes (“Discours de la methode”), un concepto para el que el hombre es el “señor y dueño” de la naturaleza y todas las intervenciones tecnológicas estan permitidas y son deseables.  
  • El objetivo de una sociedad liberal y de su medicina humanista es hacer que el hombre sea capaz de enfrentarse a la vida de forma autorresponsable (Illich) y no blindarlo contra la vida. De extraordinaria importancia para el futuro no es la “expropiación de la salud”, sino su promoción selectiva – con ello también el apoyo del hombre para poder enfrentarse con éxito a los obstáculos, entre ellos los microbios, en el sentido de una “inmunización activa”. Esto requiere otra medicina, que se construya de forma diferente, metodológicamente y con contenido ampliado, con un enfoque no sólo patogenético (“¿cómo se origina la enfermedad?”), sino también salutogénico (“¿qué hace posible la salud?”), una medicina que fortalezca y no debilite a las personas.
  • También requiere la liberación del sistema sanitario de los dictados de la economía. La orientación al beneficio y la industrialización efectiva del funcionamiento de la clínica moderna, que ha traído consigo la “gestión de procesos”, la formalización y estandarización de todos los procesos, que ha racionalizado el personal terapéutico en gran parte con efectos destructivos, debe retroceder en el tiempo.  En este contexto, los intereses e influencias industriales existentes, incluida la expansión de los fabricantes de vacunas, en la medicina (así como en las autoridades estatales y supraestatales) deben hacerse públicos sin piedad, analizarse y debatirse en la sociedad, pero no sólo en los canales periféricos, sino en los medios de comunicación principales.
  • Los argumentos y las directrices médicas para la adopción de medidas estrictas de política social, incluidas las restricciones de los derechos fundamentales, deben considerarse en general con la máxima precaución.
  • Incluso los cambios legislativos temporales para la “protección” de la población tienden a convertirse en crónicos, a lo que Heribert Prantl se refirió con el ejemplo de las leyes de seguridad del periodo de la RAF y las “medidas antiterroristas”; éstas se continuaron en su mayoría como “medidas preventivas”: “Casi todas las leyes de seguridad no sólo se eliminaron, sino que se ampliaron y endurecieron aún más (….) lo que hasta entonces había sido terrorismo para las leyes de seguridad se convirtió en el virus de las leyes de seguridad sanitaria. El virus se ha convertido en el legislador”
  • Lo que se necesita es una cultura científica pluralista y no el predominio de “expertos” elegidos individualmente cuyas posturas deben seguirse fideísticamente.
  • Las respuestas adecuadas a la crisis del coronavirus en los ámbitos del Estado de Derecho, de la economía y de la vida cultural y espiritual (de la que también forman parte la medicina y la pedagogía) deben ser encontradas por los respectivos especialistas de los tres ámbitos y luego debatidas conjuntamente, en lugar de ser impuestas desde arriba por el “Estado unitario” tras consultar a unos cuantos asesores.  Hay que rechazar decididamente las decisiones “Top-down”  del ejecutivo, cuyas consecuencias se hacen activas en ámbitos de los cuales ni los funcionarios políticos ni sus asesores microbiológicos son capaces de entender mucho desde el punto de vista del contenido y de los que no asumen ninguna responsabilidad personal (incluidos el desarrollo de los niños y la pedagogía).
  • No es posible en absoluto presentar en público hechos científicos que luego se conviertan en orientaciones operativas que, en realidad, todavía están en estado de hipótesis, “especulaciones o cálculos presuntos”.
  • Las opiniones divergentes, críticas, pero sustanciales y en sí mismas bien fundadas, son siempre interesantes y significativas para el conocimiento complejo de la verdad, tanto más cuanto que los actores que actúan políticamente tienen un horizonte limitado que deben necesariamente ampliar. La aplicación del concepto “teóricos de la conspiración” a los hombres que representan tales posiciones es completamente inaceptable. A cambio, se trata, en una sociedad liberal, de esclarecer cómo los grupos de interés, con la ayuda de los medios de comunicación de masas, venden sus opiniones y narrativas unilaterales de forma selectiva para el dominio de toda la población (como, por ejemplo, los que han conseguido negar el cambio climático durante mucho tiempo).
  • La Constitución, incluso en tiempos de emergencia, debe en Alemania ser “inviolable”, al igual que la dignidad del hombre, como se expresa en su primer parágrafo. A la dignidad del hombre, constitucionalmente protegida, pertenece la dignidad de los enfermos, los “discapacitados” y los ancianos, cuya “protección” es hoy muy discutida. Pero, ¿qué ocurre con esta dignidad cuando a las personas mayores o a otras personas “en riesgo”, incluidas las personas discapacitadas en residencias de ancianos e instituciones asistenciales, no se les permite recibir ninguna visita de sus seres queridos y amigos cercanos que, al igual que los afectados, no tienen voz ni voto en la correspondiente normativa estatal, y este “aislamiento forzoso” persiste durante un tiempo imprevisible? La realidad de que la situación en las residencias de ancianos sea tan difícil, no tiene absolutamente nada que ver sólo con el virus, sino también con las propias instalaciones, sus condiciones de hacinamiento y falta de personal, sus ambientes a menudo desoladores, el escandaloso mal mobiliario de las instalaciones, su absoluta marginación dentro de la sociedad consumista y competitiva.
  • Los niños experimentan la vida en un espacio social concreto, aprenden y maduran en el, en el encuentro directo y no frente a la pantalla con su mundo virtual e higiénicamente estéril. Mundos separan el proceso educativo vivo en las escuelas reales de los programas online de transmisión de conocimientos. La forzada “escolarización digital”, tanto desde el punto de vista pedagógico como de la psicología infantil, es un resultado trágico, pero en absoluto sorprendente o accidental, de la crisis. La industria de la “Educación Global” lleva tiempo persiguiendo, con todas sus fuerzas, estrategias para la comercialización de sus programas de aprendizaje digital, y la crisis del Coronavirus le abre una enorme puerta de acceso.
  • Los niños tienen un derecho absoluto a sus compañeros y a ser confrontados con un rostro no enmascarado y no fingido, a un desarrollo en una esfera social de confianza y fiabilidad. Una epidemia de miedo y pánico difundida sistemáticamente por los medios de comunicación es hoy más que nunca perjudicial para el desarrollo de los niños y jóvenes, su relación consigo mismos y con el mundo y sus facultades de relación. Lo mismo ocurre con la falsa representación del mundo viral como la principal amenaza, sin destacar cómo los virus y las bacterias forman parte de la existencia biológica del hombre y que su sistema inmunitario se desarrolla precisamente para enfrentarse a los gérmenes del mundo exterior.
  • La vida cultural, incluida la religión, es un activo importante para la vida, que debe ser absolutamente fomentado e incluso en tiempos de crisis debe ser salvaguardado “en vivo” (y no sólo virtualmente) en reuniones reales y en actuaciones reales con un público real. Este hecho es significativo desde el punto de vista médico (psiconeuroinmunología). Sonja Zekri escribe con razón “no hay que subestimar el efecto antiviral de las “embajadas de comunidad y humanidad” artísticas y su efecto fortalecedor del sistema inmunitario. La capacidad del hombre para defendersede defensa del ser humano, y no sólo la de los ancianos, se derrumba cuando se le roba y aísla de sus referencias sociales y culturales vitales, de las que hay muchos ejemplos. Cómo el ámbito cultural-espiritual puede continuar sus actividades en tiempos de mayor necesidad de higiene debe ser elaborado de forma autónoma y creativa por los responsables de este sector. Las afirmaciones que niegan toda significación existencial a la vida cultural-espiritual deben ser rechazadas resueltamente.
  • Las respuestas primarias y casi reflejas hacia las crisis producidas por el sistema siempre tienden a caer en la dirección del sistema. Tienen tendencia a estabilizar el sistema y sus prioridades, a asignar valores y jerarquías, en lugar de cuestionarlos. De este modo, todas las crisis pueden utilizarse en el sentido de lo dicho, continuando sin embargo de forma intensificada, con muchos perdedores y algunos ganadores evidentes. Esto debe identificarse pronto y debatirse públicamente.
  • La sociedad liberal no está amenazada en ningún caso sólo por las fuerzas de la derecha política radical, sino también de flagrantes visiones “no políticas” del control técnico total que en el futuro utilizarán argumentos médicos. Puesto que los hombres no aman otra cosa más que que la vida y por ninguna otra cosa estan dispuestos a sacrificar tan rapidamente su libertad y sus derechos. La sociedad digitalizada como sistema de mando técnico, en la que el espacio público también está intensamente controlado por motivos “médicos”, gracias a la crisis del Coronavirus -como oportunidad adecuada- se acerca decisivamente, desde China donde está muy avanzada, a Europa. En 2019, incluso antes de Covid 19 y de las medidas de protección, Sascha Lobo nos informó de ello con todo detalle. En una reciente entrevista, la escritora india Arundhati Roy también expresó esta opinión: “Para mí, esta pandemia se siente como una transición de un mundo a otro. ” El paso que va de la “reconstrucción de las vías de “infección” a la reconstrucción de todos los movimientos de los ciudadanos no es grande y la petición de un “documento digital” (en Alemania ya decidido por la Cámara de Diputados), de “Location Tracking” y de “Big Data”, acompañado de argumentos médicos, no es insignificante. Hans Michael Heinig, exponente alemán del derecho estatal y canónico, advirtió contra un “estado higiénico fascistoide-histérico” en vista de la nueva “ley para la protección de la población en una situación epidémica nacional” de 27.3.2020, que también ha sido evaluada como “legal y constitucionalmente problemática” por el servicio científico del Parlamento alemán.

Epílogo

“Cree en la verdad”, así titula Timothy Snyder su décima “lección”. “Comprometerse con un buen propósito”, la decimoquinta. “Aprender de los que dan su consentimiento de otros países”, la decimosexta. En el lema de la novena “lección” se encuentra:

“Evita las frases y eslóganes que todo el mundo utiliza. Descubre tu propia forma de hablar, aunque sólo quieras comunicar lo que dicen los demás”.

En este sentido están también concebidas mis exposiciones. ”Habla también tú”, se encuentra en Paul Celan, unido sin embargo con la advertencia:  “De todas formas no separar el no del sí”.  Es de poca ayuda, e incluso muy peligroso, simplificar situaciones históricas complejas; por ejemplo, negar que el Covid 19 es una enfermedad grave con muchas muertes, aunque su letalidad se juzgue de otra manera. También es problemático suponer intenciones totalitarias en las acciones de los políticos y otros protagonistas de eventos públicos, aunque es incuestionable que en muchos países la situación está siendo aprovechada por líderes autoritarios. Sucharit Bhakdi protestó contra esas insinuaciones globales. Sin embargo, ya en 1914 ningún dirigente político deseaba el estallido de la Primera Guerra Mundial y, sin embargo, todos ellos la hicieron posible y se enredaron en ella con su dinámica catastrófica. Las fuerzas “medicocráticas”, tecnocráticas y totalitario-destructivas que se sirven de la situación, al igual que la ciencia, existen; negarlo o no reflexionar sobre ello, como políticos activos o ciudadanos preocupados, no sólo es ingenuo sino gravemente imprudente y conduce a la catástrofe. El Estado de control, autoritario y organizado digitalmente, es compatible con una sociedad del bienestar y de la competencia, en la que la libertad individual es revocada o invertida; está claro desde hace mucho tiempo, y ya ha sido descrito desde hace décadas por hombres de visión como Aldous Huxley (“Un mundo feliz”) que el totalitarismo del futuro tiene una cara diferente al fascismo del siglo XX. Por tanto, en el sentido de Timothy Snyder, no debemos dejar piedra sobre piedra, “reflexionar sobre el presente, recordar el pasado y encender las reflexiones hacia el futuro”.

Peter Selg

Sobre el autor:

Peter Selg, nacido en 1963, profesor y especialista en neuropsiquiatría y psicoterapia infantil, profesor de antropología médica y ética médica en la Universidad de Witten-Hannen y en la Alanus Hochschule für Kunst und Gesellschaft de Alfter. Dirige el Instituto Ita Wegman de Investigación Antroposófica Básica en Arlesheim (CH) y es miembro de la Goetheanum Leitung (Sección de Antroposofía General) en Dornach (CH). Es autor de más de 120 textos y publicaciones sobre temas de medicina, pedagogía, biografía, antroposofía general, sociología y es conferenciante habitual en todo el mundo.

Traducción al español de Carlos Guío de la versión italiana de Stefano Gasperi.

Título original en alemán:  Eine medikalisierte Gesellschaft, publicado en la revista “Kernpunkte” Nr.6- Jahrgang 3 – 7 Mayo 2020

 

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